lunes, 9 de mayo de 2011

La Xenofobia como excusa


¿Tiene justificación alguna la xenofobia? ¿Puede aunque sea por un instante concebírsela como un porqué, una defensa? ¿En qué momento un inmigrante deja de ser un pasajero en tránsito, un visitante, un individuo en busca de una “vida mejor” para transformarse ni más ni menos que en una amenaza? ¿Quién o quienes dictan las reglas del juego? ¿Quién pone el sello que determina que no se es apto para cruzar tal o cual frontera?

Actualmente es irrefutable que quienes marcan tendencia a la hora de vetar el movimiento de  individuos entre países son los miembros de la Unión Europea. Estos se tornan gradualmente  intolerantes, comulgan incesantes en un desfile de hipocresía y demagogia. Aquellos quienes decidieron que en otro país podrían recomenzar su vida, o quienes se vieron obligados a dejar  todo lo que amaban en busca de un futuro mejor, hoy no son más que un cumulo de posibles futuros desterrados, indeseados, maltratados y vejados.
Basta solo con sentarse en uno de aquellos sencillos pero estratégicamente bien ubicados bancos debajo de la Torre Eiffel para ver el dolor en los ojos de los africanos que indocumentados, y sin otra opción regalan su mercadería a precios sin sentido, mientras añoran sin cesar la tierra que dejaron atrás, pero a pocos le interesa, pues para quienes los rodean no significan nada, mucho menos aun para los funcionarios. Ahora bien, no me aventuraría a decir  que la sociedad es tan xenófoba como aquellos que gobiernan, creo más bien que dejando de lado cualquier miramiento hacia el futuro, estos se basan en sus intereses mediatos y sobre todo en su miedo a la pluralidad de culturas, porque “aceptar una pluralidad de culturas en una misma sociedad no significa aceptar en ella una pluralidad de morales”.
Lejos de creer en lo enriquecedor de un futuro donde convergen lenguas, costumbres y tradiciones; y aun mas alejados de una concepción de evolución conjunta, plantean un levantamiento de murallas, un escape a la realidad que viven países del tercer mundo, olvidando que en muchos de los casos estos fueron sus colonias, estuvieron bajo su influencia económica o siguen siendo aliados comerciales.
La xenofobia como arquetipo es arcaica pero jamás a lo largo de la historia se han encontrado argumentos lo suficientemente creíbles, coherentes y reales como para justificarlo, como sabemos, junto con  el devenir de las sociedades modernas se han ido perfeccionando métodos para combatirla, pero junto con ellos la sofisticación de Agencias creadas y equipadas para contener los movimientos migratorios así como diversos “Acuerdos de Readmisión” con terceros países y sobre todo con aquellos emisores de inmigrantes. Estos se presentan como un velo que intenta disimular  con ornamentados conceptos el ejercicio de una de las formas más comunes de xenofobia, el racismo.
Por otro lado, en los gobiernos del norte y de la mano de sucesos ocurridos en los últimos tiempos, la xenofobia tomo otro rostro, el del terrorismo, lo cual endémicamente se traslado también hacia el viejo continente, donde los aeropuertos y estaciones de trenes se transformaron en fuertes armados tecnológicamente para el rechazo inmediato de cuanto sospechoso de fisionomía o pasaporte  oriental apareciera.
Paranoicos y punzantes, hicieron correr el temor entre los turistas y locales, creando una pandemia de rechazo hacia el extranjero  que penetro entre los individuos desde otra perspectiva, la del miedo. El miedo suele ser un móvil peligroso, que impide a la gente presa de este, pensar con claridad, en muchas ocasiones se prefiere confiar en una prensa -malintencionada y manipuladora- y en un líder que seguramente “quiere” lo mejor para el pueblo que en la propia realidad, ningún individuo se detiene a observar y recapacitar, eligen simplemente el camino más fácil, el de “repetir sordamente”, sobre todo en aquellos países cuya idiosincrasia tiene fuertes inclinaciones patrióticas como ocurre en la sociedad norteamericana.
Entonces, nos encontramos así  con contexto en el que tenemos inmigrantes ilegales, terroristas y muros, fronteras cerradas, trenes inhabilitados, aeropuertos donde se nos maltrata y se nos obliga hasta a pasar descalzos, y por otro lado una multitud festejando el asesinato de un supuesto terrorista en manos del país que se eleva como modelo de democracia y cuya presidencia esta actualmente al mando de un ganador del  Nobel de la Paz. No obstante, si nos detenemos por un segundo a considerarlo, nos encontramos en un panorama más grave que el descripto, se trata de una realidad de estancamiento, paradójica, donde una vez más se le teme a lo desconocido, se buscan irrisorios justificativos para el rechazo desmedido y se crean pretextos desopilantes para excusar la búsqueda incesante de poder a costa -como es usual- de los indefensos, los países tercermundistas.
Las quejas formales e informales proliferan desde numerosas organizaciones e instituciones defensoras de los Derechos Humanos, es cierto, pero ¿quién las oye? o lo más importante ¿Quién lo difunde? El común de la gente se encuentra desinformado acerca de lo que ocurre en materia de  derechos individuales, inmigración ilegal, y xenofobia en general. Lo cierto es que, tampoco hay un gran interés porque esto suceda a veces por prudencia otras veces por presión, pero sin dudas por inoperancia, sumada una alta dosis de conveniencia.
Por más evasivas que se apliquen y por más difícil que resulte la idea de convivencia con las implicancias morales y culturales de otros pueblos, la xenofobia como porque no será jamás justa ni aceptada, lo único que nos queda es abogar por un sistema más inclusivo y respetuoso, que no permita que un grupo concentrado decida el futuro de los flujos migratorios a gusto e piacere, un progreso  necesario de las relaciones internacionales que acompañe un crecimiento en políticas de migración; de lo contrario ¿qué sentido tendría continuar adjudicándonos el mote de “sociedad evolucionada, civilizada, moderna”…?

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